domingo, 1 de septiembre de 2013

Tras recordar aquellas noches de incendio, no necesariamente las que destrozaban flora y fauna de la zona que ahora yacía ennegrecida, sino lo más profundo de las entrañas de la pequeña que se encontraba  tan rígida y helada en medio de la habitación, detrás del gigantesco cristal del ventanal que la separaba ahora de la vida; él se acercaba, se le podía oir andar a causa del eco en el vacío del inmueble. A ella las lágrimas le rodaban por las mejillas con cada paso.

La envolvió en sus brazos, mientras dulcemente le decía que le dirigiera la palabra, que no soportaba más la soledad.

Ella seguía ahí, estática, con una taza de café caliente entre los dedos.
10 días habían pasado desde la última visita de aquellos que la atormentaban, aquellos a los que solo ella  podía acudir cuando necesitaba ayuda, cuando necesitaba ver todo tal cual era.
Sabía que la destrozaban, ella sabía que la realidad dolía.
Dolía tanto como las veces que él la encerraba detrás del muro metafórico, que ahora era un ventanal de cristal enorme, en una casa perdida, dónde sólo ella y él sabían lo que ocurría.

Ya era tarde.
Ya había caído hasta lo más profundo de aquel pozo solitario que los condenaba a vivir el uno del otro, sin nadie más.
Ya se había acabado la muerte en vida, ahora estaban viviendo realmente, como bien dijeron aquel día.

"El problema son las personas, necesito de ti, solamente de ti. Dependemos el uno de el otro. Los demás solo causarán dolor, nos quitaran miles de segundos de respirar el mismo aire, nos alejarán y acabaremos, una vez más, solos entre la multitud."

Resonaba en su cabeza, una y otra vez.

Rió, moviendo la cabeza de lado a lado. 
Asumió, al fin, que ahora realmente estaba bien.

No, no estaba sola en aquel chalet en el pico más alto -y alejado de vida humana- del lugar, sin amigos y sin nadie de quien quejarse.
Ella estaba, por primera vez, en compañía.
Lo tenía todo, a su mejor amigo, aliado y complemento.
Lo tenía ahí, abrazándola fuerte, desesperado entre sollozos, pidiéndole a gritos que volviese en si.

Asumió, al fin, que a quienes acudía, quienes tanto desgarre interno y mental le causaban no le hacían ver la realidad, sino obviar lo hermoso que es el poder, el poder sobre esa persona a la que estás atado.

A fin de cuentas, él sin necesidad de ningún esfuerzo hizo de ti su mundo, se destinó a vivir con una cadena desde lo más oscuro de su pecho a lo más oscuro del tuyo.

A fin de cuentas, él sin ti no es más que uno entre la multitud.

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